El pasado jueves llegó a los cines chilenos la película “Mi vecino Adolf”, una coproducción entre Israel y Polonia que se estrenó por primera vez en 2022.
La historia se desarrolla en un pueblo rural de Sudamérica y está ambientada poco después del terremoto de Valdivia de 1960 (¡mi país, mi país!). El protagonista, Marek Polsky (interpretado por David Hayman), es un judío solitario que perdió a toda su familia en el Holocausto.
Marek es un personaje entrañable, divertido e imposible de no querer. Procesa su dolor a través de una actividad peculiar: cuidar con esmero unas rosas negras en su jardín.
Su vida luce armoniosa, aunque claro, muy triste. Esta tranquilidad se ve interrumpida con la llegada de un nuevo vecino argentino llamado Herzog (Udo Kier), un alemán con un parecido físico impresionante a Hitler.

El humor negro y el Holocausto
La llegada de Herzog rompe la paz de Polsky, y se desata una disputa por los límites del terreno y el cuidado de las rosas. Además de esta disputa, Marek empieza a obsesionarse con demostrar que su vecino es, en realidad, Adolf Hitler, quien no habría muerto en 1945.
En este punto, la película adopta un tono de humor negro que logra arrancar más de una carcajada. El guion es dinámico, y cada chiste está cuidadosamente ubicado. La interpretación de David Hayman es excepcional y llena de risas a la audiencia; su actuación encaja perfectamente con el guion, logrando que el humor negro se ejecute de manera impecable, lo cual es especialmente difícil cuando se aborda un tema tan complejo como el Holocausto.
A partir de este punto, la trama se intensifica y resulta imposible apartar la vista de la pantalla. La película culmina con tintes dramáticos, provocando lágrimas y dejando personajes que podrían quedar para siempre en tu corazón, si se les presta la suficiente atención.

Nuevas formas de procesar el horror: ¿Son éticas?
Mientras veía “Mi vecino Adolf”, no pude evitar pensar en la película “El conde” de Pablo Larraín, que también tiene tantos admiradores como detractores. Ambientada en la dictadura chilena, “El conde” presenta a Augusto Pinochet como un vampiro, usando, al igual que “Mi vecino Adolf”, el humor negro como recurso narrativo principal.
La película se estrenó poco después de la conmemoración del 50º aniversario del golpe de Estado de 1973. Este hecho, por supuesto, generó mucha controversia, ya que el país aún tiene heridas abiertas debido a la falta de verdad y justicia.
El género de “El conde” y “Mi vecino Adolf” es diametralmente distinto; sin embargo, ambas utilizan el humor negro como una forma de procesar el trauma. ¿Es ético este tipo de cine? ¿Qué consideración se tiene hacia las víctimas de violaciones a los derechos humanos? ¿Está bien reírse de estos temas?
Son preguntas que vale la pena hacerse. Estas películas, en mi opinión, deben ser vistas con un ojo crítico, sin dejarse llevar únicamente por guiones y chistes bien logrados.
¿Es correcto considerar el humor negro como una forma de procesar un trauma? Te invitamos a reflexionar en torno a este tema y comentarnos tu opinión luego de ver «Mi vecino Adolf», la cual ya está disponible en los cines del país.